domingo, 29 de abril de 2012

LOS HIJOS, NUESTRA DEBILIDAD

El Señor sabe que nuestra mayor debilidad son nuestros hijos, hacemos cosas buenas y no tan buenas, motivados por el amor que les tenemos.

Creemos que al ser permisivos, no les estamos haciendo daño, !que equivocados estamos! cada vez que les permitimos hacer algo que no está bien, estamos fortaleciendo y alimentando ese yo que se inclina a hacer lo malo, hasta que los devora por completo.

Creo que hay un tiempo para todo y por supuesto, cuando nuestros hijos están pequeños es el tiempo de moldearlos, enseñarles a hacer el bien, educarlos, guiarlos en las cosas espirituales, compartir con ellos tu fé, es el tiempo de la siembra, es un tiempo difícil, de mucha dedicación.
Instruye al niño en su camino...
 
Yo recuerdo cómo sufría cuando me tocaba disciplinar a mis hijos, castigarlos..., era mucho más fácil decir "está bien" que decirles que no, ver sus caras felices por hacer lo que querían, que oír por una hora un !mami please! Si es mucho más fácil ser permisivos, pero cuánto dolor te evitas al no serlo. Cuando pasa el tiempo de la siembra, te darás cuenta si sembraste bien o mal, sólo que entonces ya no podrás retroceder el tiempo y cambiar lo vivido, cosecharás lo sembrado. Quisiera hacer entender a los padres jóvenes ésto, es mejor sufrir los berrinchitos ahora, que los verdaderos sufrimientos que vienen después. 

Siempre tocó mucho mi corazón, un pasaje de la Biblia en que Dios le quita toda la autoridad sacerdotal y profética a Elí, como castigo por no haber "estorbado" a sus hijos cuando hacían lo malo, ese fué el pecado de Elí, no estorbar a sus hijos, esto le costó estar para siempre separado de la presencia de Dios, más el dolor de ver a sus hijos sufrir por sus malas acciones.

Cuando los hijos son grandes, ellos tendrán que pagar la consecuencia de su pecado, pero nosotros también sufriremos y aunque ya no podamos hacer mucho por cambiar las cosas, si podemos contribuír a su cambio y mayor felicidad, no haciéndonos cómplices de sus equivocaciones. Es mejor dejarlos enfrentarse a las consecuencias de pecar, hasta que el arrepentimiento llegue a sus vidas, entonces sí, ahí debemos estar presentes para perdonar, levantar las manos y caminar junto a ellos en el proceso de restauración.

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