Creo que humillar a otros es algo que se puede hacer queriendo o sin querer, sutil o abiertamente, en público o privado, con palabras o sin ellas, con miradas, gestos, sonrisas, burlas, o indiferencia. Humillamos cuando hacemos evidente un defecto físico, una debilidad o el pecado ajeno. Unas veces gritas tu humillación y otras la guardas escondida en tu corazón.
La humillación no perdonada, incuba el odio, algunas veces reclamar tu humillación es humillarte de nuevo.
La humillación destruye el ego, ofende, degrada, denigra, somete, doblega, mortifica, aplasta, menosprecia, envilece, menoscaba, sojuzga, oprime, pisotea, duele, empequeñece.
La humiilación, el orgullo y la traición van de la mano. La humillación duele más, cuando viene de alguien que amas o admiras, la humillación repetida justifica la separación de quién te humilla. Tener autoridad o poder sobre alguien no concede el derecho de humillarle.
Muchas veces nosotros nos exponemos a ser humillados cuando asumimos una posición o derechos que no tenemos, cuando exigimos más de lo que nos corresponde, cuando nos exaltamos o sentimos inferiores.
La mayoría de las veces quién humilla se siente en una posición inferior al humillado y desea deshacer su ego.
Todo pecado implica humillación a Dios, a ti mismo y a los que te aman y confían en ti.
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