Cuando viajando por tierra, llegas a un terreno fronterizo, es tan palpable la diferencia entre un país y otro, que aunque estás viendo el mismo paisaje que los une aunque la actitud de cada quien es muy distinta. Supongo que las personas que viven en lugares así, pasan de un lugar a otro como nada, los del otro lado son más que vecinos, familia, hermanos, y ni sienten el cambio de estar en otro país que no es el suyo. Yo pienso que algo similar ocurre con nuestro orgullo, ¿nos daremos cuenta en el momento en que cruzamos la línea divisoria entre el orgullo que nos aporta dignidad y el orgullo que nos convierte en pecadores? Esta línea es tan sutil que nos puede pasar lo mismo con ella, que lo que pasa en las fronteras, cruzar de un lado al otro ¡es tan fácil y frecuente!
Orgullo del bueno, comúnmente oímos decir, yo creo que si hay un orgullo que te ayuda a ser mejor, a gozarte en los logros de los que amas, ponerte metas, aunque aún ahí, es conveniente revisar siempre nuestras motivaciones para no cruzar la frontera. El orgullo que te hace pecar, es tan obvio, pero tan difícil de avasallar, que aún deseando librarnos de él, no siempre lo logramos. Este orgullo se debate entre el bien y el mal casi constantemente, es el defensor número uno de nuestros dizque derechos, le cuesta pedir perdón, retractarse de sus errores, decir te amo, bajar a una condición de vida inferior, apreciar a los que supone inferiores a él, mostrar debilidad, considerar a otros superiores a él, aceptar como valiosa otra opinión, perdonar las ofensas, perder, escuchar, pedir consejo, ver a otros prosperar, pasar desapersibido, ocultar sus logros, satisfacer su ego y ambición, bajar los ojos o la cabeza, ponerse de rodillas.
El orgullo, soberbia, arrogancia o altanería, supongo que le recuerdan a Dios la caída del ángel más bello de Su Reino, Lucifer. No quisiera nunca verme identificada con ese pecado y le pido al Señor, que me libre de él, que pueda definirlo siempre en mi corazón y actitudes, ¿Tú también?
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